Migas de pan


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Prácticamente cada noche Leo me pide que le cuente el cuento de Pulgarcito antes de llevarlo a la cama. Aunque bien conocida la historia por todos, permitidme que os recuerde una parte: en un momento de la narración, Pulgarcito se adentra en el bosque con sus hermanos y se le ocurre la gran idea de dejar migas de pan por el camino para que, llegado el momento de volver a casa, no perder el sendero.

Y hace algunos meses mi compañero y estimable amigo J.A. Maldonado, mientras trabajábamos me obsequió con la retransmisión de un archivo de radio. Era un programa de Félix; sí, Rodríguez de la Fuente es lo que precede. “Escucha esto, Francis. A mí cada vez que lo pongo se me eriza la piel.” Cuánta razón. Saliva tragada en un par de ocasiones y ojos de niebla muy densa fue la reacción de mi cuerpo.

De entrada parecía un programa de análisis científico tras un experimento más o menos complejo según el criterio del oyente: concluir una actitud de los buitres adquirida genéticamente sin influir el aprendizaje por imitación. Pero el cuerpo del programa no era ése. Con giro brusco pero al hilo de la narración tal como solía expresarse el maestro, Félix pregunta a sus oyentes si nuestra capacidad de destruir la naturaleza, nuestro entorno, si el desprecio a la caricia que nos brinda la Pacha mama es una actitud de herencia genética o por el contrario es aprendida y transmitida por imitación. ¿En qué momento dejamos de convivir con el entorno para creer que ejercemos su control?

Y el maestro invita a la reflexión aportando la lectura de una carta dirigida al presidente correspondiente de los Estados Unidos de América allá por el año 1850. Escrita por un jefe indio en respuesta a la petición del primero para comprar sus tierras.

¿Qué tierras y de quién? El jefe indio es una persona que no entiende de compras ni de ventas. El jefe indio no sabe para qué el dinero. El jefe indio no entiende qué tiene que ofrecer en ese trato. El jefe indio no sabe, ama.

Ama su origen y su destino. Ama el bosque que le da cobijo y la presa que lo mantiene vivo. Así como ama a sus semejantes, ya tengan hojas, plumas, garras o escamas hasta el punto de sólo saber ofrecer respeto.

Paralelismo, metáfora, símil, no sé en qué recurso o estilo lingüístico me regodeo, pero ¿será posible que hayamos perdido las migas de pan para volver a casa, nuestro origen? ¿se las habrán comido los cuervos de corbata (con todo el respeto a los cuervos)? O peor aún, puede que ni siquiera queramos dejar migas para no mirar atrás.

Cuando éramos niños y se nos pedía pintar el planeta en el que vivimos, ¿qué colores nos venía a la mente? Y ahora como adultos, si alguien recibe la triste noticia de tener un cáncer, ¿de qué color imaginamos la proliferación imparable de la muerte?

Os dejo el enlace del audio para los que no quieran saber, sino amar.

http://rtve.es/a/808844

Un saludo, Fco Cárdenas Salas, Responsable de Biloba poda en altura.

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